Breve reflexión (II)
Un poco más De todo lo que fui nada me queda
y aquello adonde voy quizá no exista.
Olas rompientes, glorias al minuto,
¡haced que aún dure un poco mi alegría!
No, nunca volveréis, pues nada vuelve,
no volveréis, oscuras golondrinas,
aunque yo siga aquí, mirando lejos,
buscando no sé qué tras la llovizna.
No hay futuro si no hay también pasado.
Ya nunca volveré como solía.
Llueve y llueve a menudo. Ni se siente.
Y es la continuidad, melancolía.
Entonces uno escucha en lo secreto
su loco corazón. Y unos latidos
que son como explosiones en la nada
nos dicen la verdad: que estamos vivos.
¿Hasta cuándo? No sé. Bello es el mundo
en esa suspensión siempre en peligro.
Me exalta lo inmediato: su repente.
Y soy lo no continuo en cuanto existo.
Alegría de mis mil sin-razones,
pasajera y falaz, ¡oh tú, mentira!
Que me inventas y dicen palpitante,
¡ay, dura, dura, dura todavía! Gabriel Celaya Nos hallamos suspendidos en peligro, esperando a que lo extraordinario irrumpa en la continuidad de cada día, y nos exalte. Somos cazadores (depredadores al acecho) de sueños a nuestro alcance. Pequeñas ráfagas de aire fresco que mecen nuestro flequillo y golpean el corazón. Momentos privilegiados y perfectos que otorgan dosis concentradas y súbitas de felicidad. Bellas mentiras que nos recuerdan que seguimos vivos. Bellas mentiras que se desvanecen, dejando una tenue estela a su paso. Esas que siempre vuelven... esas que nunca se repetirán.
Sola
Se siente sola y abraza la almohada con el ímpetu raído por los días que se han ido amontonando a sus espaldas. No sabe reaccionar. Todo lo que una vez anheló lo ha conquistado, lo ha saboreado intensamente, hasta exprimirle el jugo. Lo que ya posee, sin embargo, nunca le interesará.
Ella vive de deseos que siempre están por cumplir. Ansía hacia delante, lo que todavía tiene que llegar, mientras huye hacia atrás. No sabe de dónde mana su desazón y ese vacío que le hiela la sangre y adormece sus sentidos. Hoy sabe que todo es sinónimo de nada y que su vida se le ha escapado de las manos como si de un puñado de fina arena se tratase. Lo que tuvo se ha convertido en polvo, lo que tuvo nunca fue suyo. Lo que tendrá es sólo un espejismo de su desierto particular.
Ella vive en el pasado imperfecto de una ilusión muerta. Recuerda la flor, cuando la tuvo en sus manos, olió su aroma y la colocó en su pelo. Una rosa que dejó secar hace tiempo cuelga de uno de los barrotes de la cama de su dormitorio. A veces la mira, intentando recordar. Casi nunca recuerda qué sintió al tenerla en sus manos.
Ella desea vivir en un futuro incierto de ilusión prefabricada. La felicidad siempre está un paso más allá de sus pies. Ella sonríe viviendo en el preámbulo de lo que pretende conseguir, en la promesa de obtener la recompensa si llega a la meta sin desfallecer. Orienta sus esfuerzos en acariciar otra flor, que la espera eterna en el horizonte. La flor que no va a alcanzar, la misma que se marchitó en sus manos.
Se siente sola y abraza la almohada, agotada la ilusión, la vida deshonra su nombre. Todo es absurdidad.