22 febrero 2009

Caleidoscopio

Nunca pensé que pudiera hacerse real, pero una mañana deseé con todas mis fuerzas poder vivir todas las vidas en una sola. Y se cumplió.
Desde muy joven me había quejado de que sólo tenía una única vida que ofrecía millones de posibilidades que no podía abarcar. No me parecía coherente, pensaba que las cosas debían ser al revés, como tener millones de vidas y, en cada una, elegir una única posibilidad. Por eso cada noche me acostaba deseando con todas mis fuerzas poder vivir todas las vidas en una. Cuando cumplí veintitrés ocurrió.

Veía la realidad en todas sus dimensiones. No fue muy exagerado al principio, claro, los primeros meses sólo eran intuiciones, algo que achacaba a mi poderosa imaginación, luego el hecho fue cobrando forma o más concretamente, varias formas. Múltiples y distintas. Era como rozar la locura, con la única diferencia de que yo sabía que no estaba loca. En una de mis vidas, eso sí, permanecí unos meses encerrada en un manicomio, atada con camisa de fuerzas y con la mirada perdida observando los relieves acolchados de una habitación blanquísima. Así que podía comparar, claro que a veces era difícil saber a qué vida debía ceñirme.
No resultaba cómodo, puede parecer genial poder saber a cada instante las múltiples posibilidades que ofrece el, llamémosle así, destino. Pero no es como imaginan. Veía la realidad como si la mirase a través de un caleidoscopio.
Hasta que me acostumbré a guiarme entre tantas escenas simultáneas de mi vida (podía verme, por ejemplo, realizando un viaje a Estambul o renunciando al trabajo que posteriormente me haría millonaria) me sentí desorientada. El cúmulo de visiones que se multiplicaban de forma exponencial a medida que las posibilidades aparecían con cada acción realizada (bastaba, simplemente, con cerrar los ojos en un momento preciso) me impedían distinguir entre lo que hacía yo, como persona común viviendo en un único plano real, y el resto. Aunque suene maravilloso, no lo era, pero podía vivir todas las vidas posibles a la vez.
Mi madre me despertaba trayéndome el desayuno a la cama, y entonces mi marido aparecía en un plano distinto pero igualmente creíble y real, vestido de traje y corbata, listo para irse a trabajar y un domingo juro que unos mellizos mulatos me recibieron en mi casa de La Toscana ataviados únicamente con una rosa entre los dientes. Soltera desesperada, depredadora, ama de casa, madre, hija, emprendedora o ejecutiva de éxito, drogodependiente y puta, vivía simultáneamente muchos momentos, muchas sensaciones.
Pero me resultaba imposible y agotador sostener ese ritmo, era excesivo y pensé que podría llegar a matarme, aunque en tres de mis vidas estuviera muerta ya. Decidí que me iría a dormir pronto y que, al despertar, la primera visión que llegara sería la única a la que prestaría atención, la elegiría como mi única vida y prescindiría totalmente del resto de opciones, y por tanto, de las otras muchas vidas que surgían a diario.
Lo primero que vi fue a Álvaro, uno de mis maridos, sensible y cariñoso, tal vez algo simple y aunque no era el mejor en la cama, creí que en él encontraría la paz que estaba necesitando. Así que aunque al instante de toparme con su mirada comenzaron a agolparse todas las demás vidas, me esforcé en concentrarme únicamente en él.
Tardé semanas en conseguir centrarme en esa vida mientras todas las demás sucedían al mismo tiempo, pero al final logré dominarlas a mi antojo. Todos los días, antes de acostarme y al despertar, centraba especialmente mis esfuerzos en mi vida con Álvaro, aunque no pudiera evitar que de vez en cuando se intercalara alguna sensación procedente de las manos de Rubén, la sonrisa de Marta o la angustia ante la soledad más absoluta. La tristeza y la alegría me abordaban al mismo tiempo y en una ocasión me eché a llorar en la boda de Susana, la prima de mi marido, porque acababa de morir uno de mis hijos ahogado en mi piscina del chalé de Benidorm.
Me costó pero conseguí que las demás vidas se convirtieran en una especie de espejismo, y eso me hacía reforzarme en la idea de que había elegido bien entre tantas realidades, aunque a veces me resultaba demasiado convencional y sosa comparada con esa otra en la que ya había viajado por toda Asia y gran parte de África, fotografiando medio mundo, o con aquella en la que había podido montar mi propia compañía de teatro, aunque sólo actuáramos en pequeños cafés. La comparaba, además, con esa en la que, al fin, había visitado París, paseando por el barrio latino o cruzando el Pont des Arts como tantas veces soñé, quedándome a vivir allí como escritora de críticas gastronómicas para un diario francés.
En la vida con Álvaro faltaban muchas de esas cosas pero, puede que por cobardía o tal vez movida por un frágil concepto de seguridad, era la que había elegido. Me preocupaba pensar en los motivos que me habían llevado a ello.

Un puñado de años después, al despertar, hice como cada día. Antes de abrir los ojos, me concentré en la vida elegida. Amanecí en una amplia cama de sábanas blancas, limpias, desconocidas aunque extrañamente familiares. Parpadeé varias veces, apretando con fuerza los ojos, y lo primero que me sorprendió fue que, sin ningún tipo de esfuerzo, mi visión caleidoscópica de la vida se había esfumado. Todo era muy tranquilo pero destilaba cierta soledad, me sentía como si un esquizofrénico se hubiera curado de su enfermedad de la noche a la mañana.
No podía reconocer la estancia aunque me resultara conocida, me había concentrado tanto y con tanta intensidad en ignorar el resto de mis vidas que no lograba identificar nada con precisión. Ni la lámpara con forma de huevo de la mesita, ni la madera de cedro del armario, el verde lima de las paredes o el señor con bigote que dormía a mi lado.
Di un respingo y contuve la respiración. No dije nada. Estaba acostumbrada a no impresionarme cuando me topaba con desconocidos que daban muestras de conocerme demasiado bien.
Me levanté, noté que iba desnuda al sentir un aire ligero sobre mi piel, que entraba por la ventana. Busqué el baño, algo aturdida por la situación. Antes de poder encontrarlo me di de bruces con un espejo de cuerpo entero, en el salón.
Mi grito grave, rotundo, debió despertar al del bigote.

Mi pene era descomunal.

3 Comments:

At 1:49 p. m., Blogger sb said...

oye, no es mala herramienta para empezar una vida desde cero.. seguro que abre muchas puertas :)

 
At 11:48 a. m., Blogger Raquel said...

Visto así... :P

Offtopic: el 23 de mayo toca Lapido en Sol. ¿Estarás?

 
At 10:34 a. m., Blogger Unknown said...

Eres brillante!!!!

Me encanta tu blog.

Un saludo
Elisa

 

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