20 septiembre 2007

Déjà vu

Llevo un tiempo evocando recuerdos de mi niñez. No, no me refiero a los recuerdos idílicos, los lugares comunes que todo el mundo invoca al mencionar la infancia, no. Recuerdo cosas estúpidas, cosas tan absurdas que no alcanzo a entender qué hacen ahí almacenadas en mi memoria.
- Dicen que nada se olvida.
Le das un trago a tu copa, mirándola fijamente mientras saboreas el líquido ámbar de su interior.
- Ya. -hago una pausa, recapacitando- Pero entonces, ¿por qué no recuerdo, por ejemplo, no sé, el día de mi Comunión?
Sonríes y fumas. Pienso fugazmente en que debes de estar en la gloria, rodeado de tus tres vicios favoritos.
- Tal vez porque sólo recuerdas lo que ha sido determinante para establecer tu actual orden de cosas.
- Vale. ¿Se puede saber qué le has metido a esa trompeta?
- Sólo es una teoría.
- Bastante estúpida, sí.
- Como tus recuerdos.
Aprovecho para dirigirte una estudiada mirada de desprecio aderezada con un incómodo silencio.
Continúas.
- ¿Me vas a decir que recuerdos tan estúpidos son esos que acuden a tu privilegiada mente?
Rectifico la mirada. Ahora desprende cierto aire de superioridad. Accedo.
- Bueno, vale. Pero no te rías. Te advierto que es una estupi...
- Suéltalo.
- Vale. -te miro amenazante, y cojo aire- Recuerdo, por ejemplo, los momentos de la hora del recreo que había justo después de comer, antes de volver a las clases. Mis amigas comían en casa y siempre me quedaba sola. No me atrevía a integrarme en otro grupo, no sé, hubiera resultado demasiado hipócrita, ¿no crees?
Un gesto de entre alucinado e inquisidor cruza tu rostro.- Es decir, a ver, sería como usarlos, irme a ese grupo porque no tengo otro sitio donde caerme muerta. -aclaro-.
- ¿De verdad te planteabas esas cosas? Por dios, ¿de qué edad estamos hablando?
- Unos ocho o nueve años.- tu mirada se torna en una de completa perplejidad. Nos quedamos callados, y yo espero una respuesta, o algo, por tu parte.
- Joder... - me observas como quien descubre una nueva especie animal, o un milagro- ¿Ya estabas pirada entonces?
- Vale, vale... Oye, déjalo. O mejor, vete... vete al peo.
- No seas idiota. Sólo estaba siendo irónico.- pasas tu brazo sobre mis hombros, atrayéndome hacia tí, mientras empinas el tubo con el brebaje cada vez más escaso.
Luego me besas y el sabor a whisky, que sabes que tanto detesto, me inunda la boca.
- Dame un cigarro, anda. - te ordeno.
- No deberías.
- ¿Y eso, désde cuándo? - replico medio en broma y medio consternada.
- Bueno, eso dímelo tú. Pues ya que tanto evocas tu niñez, te recuerdo que una vez me dijiste que, de niña, estabas concienciadísima con el tema del tabaco. Y que jamás fumarías.
Otra cosa que había olvidado. Me viene a la mente la imagen de aquella excursión que hicimos a un centro cultural de la ciudad, en el que nos enseñaron un pulmón de mentira, completamente marrón, un marrón realmente asqueroso, que daba arcadas. Ese día me juré no fumar en la vida.
- Tienes razón - te digo-. Pero el mismo día otro niño de clase, como quien echa una maldición, me dijo que cuando fuera mayor sería de los que fuman. Y se refirió a "los que fuman" con un desprecio que se me clavó en el alma.
Me quedo pensativa, dándole vueltas a aquello. Y me asusta pensar, aunque resulte tremendamente lejano y absurdo, que un mocoso de diez años predijera mi futuro. Un futuro estúpido, sí, como los recuerdos infantiles que me invaden, vale. Pero lo había previsto.
- Tal vez aquel chico ya te conocía entonces. Y tal vez ya conocía a la que ibas a ser hoy.- Te pones algo trascendental, y el tono de tu voz pasa a otro más serio.
- ¿Es otra de tus teorías?-bromeo.
- ¿Volviste a saber algo de aquel niño?
- No, jamás. - me entristece la idea de haberle perdido el rastro. Fue uno de los mejores amigos que tuve nunca en el colegio, mi primer enamoramiento preadolescente. En realidad, igual que a los recuerdos estúpidos, tampoco a él le había olvidado. Y todavía su recuerdo era capaz de despertar emociones que creía perdidas.- Le vi por última vez cuando ambos teníamos unos catorce años, de forma casual. Siempre pensé que la casualidad me lo devolvería, ya ves. Siendo consciente o no, no he dejado de vivir pensando en ello. Qué estupidez... ¿no? Ni siquiera le reconocería si volviera a verlo.
Con tanta reflexión, no me doy cuenta de que tú, de repente, muestras un interés desbordante en lo que digo. Me miras extrañado, pensativo.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Te aburro?- empiezas a inquietarme con tu silencio, y con esa mirada que siempre me ha resultado tan familiar...
- Acabo de recordar algo, algo estúpido de mi niñez.- Hiciste una pausa, parecías pensar lo que ibas a decir a continuación.- Recuerdo a una niña gordita, que se quedaba mis lápices y me hacía dibujos. Recuerdo el banco del patio de mi colegio, una tarde, en el recreo que había después de la hora de la comida... - estoy a punto de soltarte alguna barbaridad, una burla que te deje en evidencia, algo que le quite hierro a este asunto que me empieza a intrigar-. Esa tarde me declaré por primera vez. A aquella niña.- haces otra pausa y preguntas -¿Cómo... cómo se llamaba ese amigo tuyo?
- Rafa.- digo rápida y sin dudar.- Qué casualidad, igual que tú. - sonrío.
Entonces una luz se enciende en mi cabecita, y un cosquilleo extraño se apodera de mi estómago, inundándolo de nervios. La verdad, completamente desnuda, se me muestra en ese preciso instante, instante en el cual sólo alcanzo a tener el empuje suficiente para formular una única pregunta bajo tu atenta y asombrada mirada.
- Rafa, tú... ¿a qué colegio ibas?