31 diciembre 2007

Fin de Año

Porque sé que a este amor le pertenecen
los días que me faltan por vivir,
la realidad con su mirada inhóspita,
el deseo que nace de los sueños.

Porque lo sé, porque ya casi todo
pertenece a este amor,
como las realidades que viví,
como los sueños que me quedan...

Luis García Montero

27 diciembre 2007

Imanes azules

- I -

- ¿Qué es esto? - Claudia levantó aquel minúsculo pedazo de tela negra, bastante confusa.
- Un tanga. - Tomás fumaba en la cama, permanecía desnudo aún, con su cuerpo flexible y remolón entre las sábanas revueltas.
- No es mío. - Aunque sorprendida, asumía que esa pieza de lencería estuviera allí. Sintió una profunda punzada de dolor en el pecho, seguida de un frío intenso y desagradable.Trató de alejar ese sentimiento a toda costa.
- Nunca te dije que fueras la única. - El joven daba una última calada a su cigarro, mientras miraba con cierta indiferencia a través del cristal.
- Pero quiero ser la mejor. - Cogió el tanga, caminó hasta la cocina y lo tiró al cubo de la basura. Al volver, se encontró a un Tomás despreocupado.
Se acercó a ella y la tomó por la cintura.
- Entonces demuéstramelo.


- II -


10 de Febrero de 1986

Hoy apareció una luz en el túnel que es ahora mi vida. Por la mañana, cuando iba a coger el autobús para ir al exámen de Deontología, me econtré con Tomás. Fue mucha casualidad encontrarme con él, aunque bien pensado tampoco es tan extraño que dos compañeros de clase que viven en el mismo barrio coincidan en el autobús para ir a la universidad. Pero es que hemos coincidido tan pocas veces. Nos sentamos juntos y estuvimos hablando de muchas cosas, entre otras, de aquella cena de clase de la que él desapareció misteriosamente. Me dijo que se aburría, que durante la cena se había divertido mucho -recuerdo cómo se sonrojaba y sonreía cuando nuestras miradas se cruzaban- pero que después se sentía ajeno a todo aquello. Le dije que le eché en falta esa noche, que me hubiera gustado estar más con él. Me contestó que nunca se lo hubiera imaginado. Si supieras cuánto me gustas, pensaba para mis adentros. No sé cómo surgió, pero acabamos hablando de gatos, de que a mí me encantaban pero que en casa no me dejaban tener ninguno y de que él, en cambio, tenía dos, dos gatos siameses. También hablamos del grupo, en el que él cantaba y tocaba la guitarra, de los derroteros que estaba tomando la relación con el resto de miembros quienes, al parecer, cada vez se sentían más cansados de todo. Pero Tomás sonreía todo el tiempo, y su mirada azul se iluminaba, e iluminaba su piel, su piel tan blanca, la que tanto me gustaría acariciar. Luego, hablando sobre política, y sobre las últimas clases de Segarra - Hay que joderse con Segarra, es un cabrón, por su culpa acabaré dejándome la carrera, le dije - acabamos coincidiendo en la idea de que el poder corrompe. Cuando se lo dije, poniéndome seria, él dió un pequeño bote sobre su asiento y abriendo los ojos me dijo - ¿A qué sí? ¿Ves? Yo siempre lo he dicho, no es que al poder lleguen corruptos, es que el poder es lo que corrompe a las personas.- Me miraba alucinado, como si acabara de descubrir la panacea, o como si sólo él supiera que la Tierra es redonda.
Me gusta Tomás, no sé que tiene, pero me atrae como si fuera un imán y yo una simple cucharilla de café.


- III -

Se le hacía tarde y llovía. Para colmo, tampoco recordaba dónde había dejado el coche. Canalizaba sus nervios apretando las llaves que guardaba en el bolsillo de su abrigo. Al final, recordó. Se le encendió entonces una luz de alarma en el cerebro y salió corriendo hacia el lugar donde había aparcado la tarde anterior. Al llegar, una pegatina triangular de color naranja fluorescente se burlaba de ella desde la acera. Un tendero montaba su puesto de ropa en la calle, junto a veinte o treinta tenderos más. -Olvidé que hoy era jueves, mierda-. Había mercado. Claudia llamó al trabajo para avisar de que llegaría tarde y tomó un taxi para que la llevara al depósito municipal de vehículos. Una vez allí realizó los trámites oportunos para que le devolvieran su coche.
- ¿Claudia?- le miró el muchacho a través de la ventanilla.
- Sí, soy yo...
- Tiene el D.N.I caducado. - Su voz parecía amenazante y su mirada inquisitiva no dejaba de incordiarla.
- Ya, verá... - buscaba alguna excusa que incluso ella misma pudiera creerse- Es que nunca encuentro el momento de renovarlo, ya sabe, el horario para hacerlo es tan limitado. Y yo trabajo, y llevo una casa, y...
- Vale, vale - la cortó en seco - Haré como si hubiera visto nada, tampoco es muy importante para estos trámites, pero procure renovarlo, podría pasarle algo más... gordo.
- Gracias - Claudia le arrancó a aquel idiota su D.N.I. de las manos y, tras pagar la multa, se largó de allí con su pequeño a motor de cuatro ruedas (la quinta, jamás la llevaba encima).
A pesar de las circunstancias Claudia sólo llegó una hora tarde al trabajo. Por suerte trabajaba en una agencia pequeña, de sólo siete empleados y ella, que llevaba allí desde el primer día, que había atravesado penurias y momentos difíciles, era una privilegiada consentida que tenía ciertas libertades que otros hubieran deseado. Sin embargo, también era cierto que ella cargaba con la mayor parte de las responsabilidades. Había momentos en los que no le importaría mandarlo todo a la mierda.
Tras un ajetreado día, encontró a su marido en casa, preparando la cena.
- Oye, eso huele fenomenal- abrazó a Lucas por la espalda, besándole con ternura la nuca.
- Nena, vas a conseguir que vuelque la sartén. - dijo sonriendo.
- ¿Te pongo nervioso? - musitó ella mientras le mordisqueaba la oreja.
- De los nervios es lo que me estás poniendo Claudia, de los nervios - Se dió la vuelta y arrinconó a Claudia contra la pared. La besó dulcemente. - dame diez minutos, ¿vale? A menos que quieras cenar salteado de verduras churruscadas. Lucas le guiñó un ojo, y continuó con lo que había dejado a medias.
Claudia le contó lo que le había sucedido aquella mañana, los noventa euros que había tenido que soltar y que había llegado tarde al trabajo. Lucas apenas se inmutó, podía decirse que estaba ya acostumbrado a los constantes despistes de Claudia. Ella continuó despotricando, que si el trabajo, que si los clientes, que si estaba harta de que sin ella se hundiera el mundo...
- ¿Eres feliz?- A ella le sorprendió la inesperada pregunta.
- ¿Qué dices? -le contestó ella, confundida con esa pregunta que tan poco tenía que ver con todo lo que le estaba contando.
- Dime, ¿eres feliz o no?- insistió él.
Tras dudar unos instantes Claudia le contestó medio en broma que sería más feliz si no existieran las multas ni la publicidad. En realidad, no sabía qué contestar.

- IV -

- ¿Te acuerdas?- dijo Tomás, recordando.- Te acercaste a mí y me dijiste que te gustaría quedar algún día conmigo para tomar algo.
- Y me dijiste que sí - sonrió Claudia, con una mirada melancólica en el rostro.
El caso es que tras la primera afirmación, y después de él pedirle a ella que dejara de temblar, y de mirarla con aquellos enormes ojos azules, le dijo que no. Que no podía porque estaba empezando algo con alguien. Se quedaron unos segundos mirándose en silencio, él con un gesto mezcla de dolor y de asombro, ella con la sensación de vacío que produce la certeza de saber que se ha perdido una última oportunidad, que acabas de cambiar el rumbo de tu vida, o que te has alejado de ella, para vivir otra completamente ajena a una misma.
Luego, un par de años después, volverían a encontrarse en aquel pub de rock, él con su novia y un grupo de amigos, ella con unas amigas. Tomás, en un más que evidente estado de embriaguez, la saludó y le dijo que todavía no había logrado borrar de su memoria aquella noche en que ella le pidió quedar un día. Claudia se sorprendió de que él recordara aquello y pensó que, de no estar borracho, no le diría todo lo que le estaba diciendo.
- Claudia... - musitó - No se me olvidará en la vida. Tía, en serio, me dejaste alucinado, sin palabras. - Su novia y sus amigos pedían cañas en la barra. Claudia no sabía qué contestar.

- Estabas borracho.- dijo Claudia, tratando de ocultar una amarga sonrisa.
- Ya, pero lo que te decía era cierto. Me dolió decirte que no, pero me negué a engañarte. Con otra me hubiera dado igual.
- Todos nuestros encuentros han sido casuales.- reflexionó la joven- Tan sólo coincidimos el primer año de universidad. Yo continué enganchada a esta locura y tú te pasaste a Hispánicas.
- Sí, pero nunca hemos dejado de vernos.- Tomás hizo una pausa y pensó mejor en lo que acababa de decir. - Con un descanso de quince años desde la última vez, eso sí.
Claudia rió.
Quince años atrás habían tenido un último encuentro. De nuevo la casualidad, tan retorcida, había provocado que volvieran a coincidir. Claudia acudió a un concierto de un grupo en el que el novio de una amiga suya tocaba la batería. Cuando llegaron al local vió allí a Tomás, conversando con el resto de miembros del grupo. Era el cantante. Recuerda cuando, al finalizar el concierto, ella se acercó a él para comentarle cuánto le había gustado. Le dijo que tenían un estilo que se acercaba a una mezcla de dos grupos del panorama del pop rock español de la época. La reacción de Tomás fue inesperadamente previsible. Se lanzó a los pies de Claudia y la abrazó, de cintura para abajo, con efusividad.
- Eres la primera persona que se da cuenta.- dijo casi entre lágrimas. A continuación, una muchacha menuda y de pelo corto y moreno, cogió a Tomás del brazo y le levantó, sonriendo, algo le dijo sobre lo genial que había estado y abrazándolo, lo devoró literalmente a besos, delante de las narices de Claudia que, sintiéndose algo violenta, buscó un rincón en el que cobijarse.

- Sara era demasiado opresiva, siempre trataba de controlarme.- Tomás dió un sorbo a su cerveza mientras observaba los detalles de un cuadro situado a espaldas de Claudia.
- Pues estuviste 14 años con ella.
- Ya. Pero que quisiera controlarme no significa que lo consiguiera.- dijo, apurando la bebida de su jarra. Se levantó. - Bueno, ¿nos vamos?

- V -

12 de Agosto de 1988

Las cosas no suelen suceder tal y como las planeamos, si así fuera la vida sería muy aburrida aunque, eso sí, nos ahorraríamos más de un disgusto. La he cagado con Tomás. Me dejó tan desconcertada su actitud. Cuando le ví y le saludé, le notaba bastante agobiado. Me dijo que tenía mucho follón. las montañas de papeles que le rodeaban daban fe de su agobio. Le pregunté si más tarde estaría libre y me dijo que sí, que sobre las 7. Pero no podía esperar, y decidí que le diría lo que llevaba tiempo planeando. No me resultó nada fácil. No lo había hecho en mi vida y me costó muchísimo pronunciar las palabras mágicas.
- Quería decirte una cosa... Eeeeeeh... - las palabras me pesaban tantísimo, que no había forma de escupirlas- Si te gustaría quedar algún día.- solté sin miramientos, de golpe. La cara que se le quedó entonces es indescriptible, creo que se quedó completamente blanco, o tal vez era el efecto del reflejo de los folios sobre su cara.
- Sí... vale. - me dijo, contestando como un autómata y sin dejar de mirarme fijamente, inmóvil.
- ¿En serio?- le pregunté yo.
- Sí, pero por favor, deja de temblar.- Su voz sonaba tan suave y apacible que logró transmitirme algo de calma. Aún así, pensé que de un momento a otro se me saldría el corazón por la boca.
Todo me lo decía sin sonreír, sin fruncir el entrecejo, sin mover un sólo músculo facial, excepto los necesarios para mantener los ojos como platos y para mover los labios al hablar. Era imposible saber qué coño estaba pensando. Se quedó callado, como si hubiera visto un fantasma, y fue entonces cuando le pedí el teléfono "para llamarte y quedar un día de estos". En ese momento, como si se acabara de acordar en ese instante, me dijo que estaba medio saliendo con una chica. Y digo yo que con alguien se sale o no se sale, pero no se sale a medias. Se me quedó una tremenda cara de imbécil, sin palabras, sin saber cómo resolver aquella ridícula situación. Me sentía desnuda delante de un montón de gente.
- Lo siento- me decía él, y realmente parecía sentirlo- Nunca me han dicho algo así.
Le contesté que no pasaba nada, sonriendo para ocultar las ganas que tenía de echarme a llorar allí mismo. Pero fue su mirada la que noté cristalizarse, no fueron imaginaciones mías. Se quedó en silencio, mirándome, sosteniendo mi mano -no recuerdo en qué momento exacto de la conversación me la cogió- con su cara muy cerca de la mía. Por un momento pensé que me iba a besar. Fue un momento extraño, vi en su mirada un gesto que no supe interpretar. Me negaba algo, contra su voluntad.
- Tengo que irme- le dije, soltando mi mano de la suya.
- Lo siento- repitió.


- VI -

Hacía tiempo que su vida transcurría sin apenas sobresaltos. Tenía un trabajo envidiable, se llevaba bien con su familia y amigos, estaba muy bien considerada y compartía piso con un marido fiel al que le unía una relación de complicidad y cariño, forjada a golpe de rutina, de costumbres y algún que otro arranque pasional. Sus escasas discusiones surgían en torno al tema de los niños. Él deseaba tener uno ya pero ella no hacía más que posponer el momento y siempre trataba de evitar la conversación. Y cuando surgía él se empecinaba en que, con sus treintayséis años, se estaba hartando de esperar y que ella, con treintaytrés, no podía demorarse demasiado, o se le pasaría el arroz. Entonces ella trataba de amansarlo con caricias y palabras, de convencerle de que todavía no era el momento, de que esperasen otro año más, cuando hubieran ahorrado algo, pues la hipoteca hacía que llegaran bastante ahogados a final de mes. En eso él tenía que darle la razón.
- Algún día te cambiaré la píldora por placebo, o pincharé todos los condones.- amenazaba él.
Claudia bajaba al sótano para dejar de oírle, para esperar a que se le pasara la rabieta y se encerraba a pintar. Podía tirarse horas pintando, olvidándose del tiempo y de las obligaciones, olvidando por unos instantes las cadenas que tan dulcemente la ataban a su vida. Una vida que parecía no haber elegido. Así, a través de pinceladas sobre el lienzo, Claudia lograba abstraerse de la realidad, huyendo en parte de la rutina que la devoraba día tras día. Sabía que no podía quejarse pero un vacío se había instalado entre su estómago y su corazón y se odiaba a sí misma por ello, por pensar que tal vez no estaba sabiendo valorar lo que tenía. Pero jamás se sentía satisfecha.
Oyó a Lucas bajar las escaleras.
- ¿Puedo ver algo de lo que estás pintando ahora?- Antes de que ella pudiera contestar, Lucas asomó las narices para husmear en el último cuadro que ella estaba pintando. Observó lo que parecía el esbozo de un ángel trazado con pinceladas gruesas y oscuras.
A Claudia no le gustaba que nadie la observara mientras pintaba, la cohibía hasta el punto de impedirle continuar con su tarea.
- Oye, amor... Si no te importa... - miró a su marido y le hizo un gesto señalando escaleras arriba.
- Ya, ya lo sé. - contestó él en un tono resignado - No quiero molestar, sólo ver cómo pintas.
- Sabes bien que no me gusta que me miren.
- No lo entiendo, Claudia, de verdad que no - En realidad, a Lucas no le gustaba que su mujer no le permitiera presenciar sus momentos creativos, le hacía creer que ella le ocultaba algo, y en cierto modo, así era. - No entiendo que te moleste tanto que me quede mirando, sin molestar. Y tampoco entiendo esa manía tuya de pintar cuadros tan... tan...
- ¿Tristes? - dijo ella, completando la frase.
- No exactamente, cariño. - trató de suavizar el tono- Es, no sé explicarte... Es como si el autor de esos cuadros estuviera sumido en una terrible desesperación.
A Claudia le dolió el comentario, le dolió reconocerse en aquellas palabras.
- Lucas... Es arte, sólo eso. Subjetividad, imaginación, irrealidad. ¿Comprendes?
Él pareció entender. Se limitó a callar y a dejar a su mujer continuar con su momento de abstracción.

Claudia subió al salón. Lucas leía sentado en el sofá.
- Voy a casa de mi madre, no creo que tarde mucho.- la mujer cogió su bolso y se puso el abrigo. Lucas apenas había despegado la cara del libro. Susurró un leve "hasta luego".
- Hasta luego.- dijo ella, cerrando la puerta tras de sí.

- VII -

La casualidad era la única culpable de su reencuentro. Claudia sentía que el techo del hogar conyugal se le caía encima y decidió salir a la calle con una excusa creíble y Tomás, simplemente, acababa de salir de la biblioteca y había decidido ir a tomar algo en la nueva tetería que habían abierto en su antiguo barrio. Claudia fue a ver a su madre, solía hacerlo antes de dirigirse al centro, a evadirse yendo de tiendas o cargando con libros que devorar. Pero aquella tarde no había nadie en su casa de soltera. De camino al centro, vió un nuevo local abierto. Era una tetería, y tenía buena pinta. Pensó que sería una buena forma de relajarse y desconectar.
Tardaron unos segundos en reconocerse, y sin embargo, era como si se hubieran visto ayer.
Tomás no había perdido el brillo de su intensa mirada, y su sonrisa seguía pudiendo iluminar ciudades enteras. Claudia se sintió como si tuviera quince años menos, justo el tiempo que llevaban sin verse. La tarde transcurrió deprisa. Rieron recordando anécdotas y parecían, ahora, los dos viejos amigos que el tiempo nunca les había dado la oportunidad de ser.
- Siempre me acordé de tí, ¿sabes? - le dijo él.- ¿Has tenido alguna vez la sensación de haber dejado escapar algo de tus manos?
- He tenido la sensación de haber hecho las cosas mal, de haber reaccionado demasiado tarde, cuando se me ha presentado la oportunidad.- contestó Claudia, al tiempo que sentía cómo en su estómago revoloteaba un enjambre de abejas furiosas.
- Tal vez nunca sea demasiado tarde.- Tomás sonrió, acercándose a Claudia, mirándola de forma que lograba paralizarla, atrayéndola como un imán, y ella sólo fuese una cucharilla de café.

Claudia llamó a casa. Contestó su marido.
- ¿Lucas? Estoy con mamá, no se encuentra bien y no me atrevo a dejarla sola. Me quedaré esta noche con ella. No te preocupes, se pondrá bien.

***