23 abril 2008

Cartografía -nuevo disco de J.I. Lapido-



Qué voy a decir yo del nuevo disco de Lapido. Yo, precisamente, que hace tiempo que me rendí a su música, de forma totalmente ciega y entregada.
Desde aquellas 12 canciones sin piedad, ni en su época en 091 como en su trayectoria en solitario, Lapido había vuelto a darle un nombre al disco -de estudio- que no fuera el de una de las canciones que lo componían. Así que ahora, como entonces, vuelve a suceder. Y sólo eso ya me permite intuir que no es algo casual. No, no lo es. 12 canciones sin piedad supuso un punto de inflexión para 091 y ahora Cartografía lo es para Lapido en solitario. Podría decirse que nos encontramos con un Lapido en su punto álgido, alguien que ofrece respuestas cuando, hasta hora, las había planteado. Alguien que sabe cuales son las reglas del juego y que finalmente ha aceptado pero que, a pesar de ello, no se rinde.
Así, vemos a un ángel (como aquel que, sentado en el andén de una ciudad en llamas, esperaba sus alas) que decidirá volver a una ciudad donde no queda nadie.
Tal vez mi condicionamiento es extremo, he interiorizado tanto todas sus canciones, toda su música, que me resulta tan natural como respirar encontrar continuos guiños y alusiones a canciones anteriores. Tal vez, simplemente, Lapido ha logrado, definitivamente, crear su propio mundo, fuera del mundo real.

En Cartografía encontramos abundantes alusiones a la religión, más que otras veces. Lapido nos muestra su cara escéptica e irónica cuando canta aquello de “sentado a la diestra del padre”, “planteándome en serio volver a nacer” (en clara alusión a su disco anterior, en el que aborda de forma magistralmente irónica y escéptica el tema de la reencarnación), “yo te hablaría de las maldiciones que el Cielo nos tiene guardadas”. “Él multiplicó los peces y el pan, Él hizo que el muerto caminara…”, “me engañaron en el confesionario con historias de culpa y perdón…”.

No podían faltar las referencias cinematográficas y musicales. Bela Lugosi, Johnny Weismuller, Jimi Hendrix (fantástica alusión musical con ese ampli de guitarra -se llama bend o slide, creo- al final de “El truco (en qué consiste)” ), Moon River, son algunos ejemplos.

Y llegó la derrota. La rendición de Lapido se saborea con gusto. Ese “estoy en el ángulo muerto, es el sitio perfecto, nadie me ve” se merece una ovación. Lapido, como compositor y letrista de otros artistas muchísimo más mediáticos –otros no tanto- ha permanecido en la sombra. Sus letras y melodías tan trabajadas, su peculiar forma de crear una canción, son trabajo de artesano. Un encaje de bolillos musical. Y eso lo percibimos en este disco también. Lapido no defrauda y, de hecho, sorprende con nuevos matices en su voz, uno de sus puntos débiles, ahora más fuerte que antes, más seguro y convincente. Tal vez por eso, tal vez porque Lapido ha madurado y se ha hecho mayor, nos encontramos con un disco cuajadito de medios tiempos y canciones lentas, salvo honrosas excepciones como “El truco” o “Nunca se sabe”. O la cara B del single, “La mitad de nada”, temazo no incluído en el disco, en el que se puede leer entre líneas toda la furia y la resignación acumulada ante la falta de apoyo de sellos discográficos y compañías musicales que ha marcado su carrera ("Puse el dolor de mi bolsillo, luego me distéis la espalda..."). Musicalmente no se puede pedir más. A nivel de letras, me quito el sombrero.

¿En qué consiste el truco?
No me atrevo a decir que es la mejor canción del disco, todas lo son. Pero muchos nos preguntamos hace años en qué consistía el truco para desaparecer, para emprender la huída fuera del mundo real, camino al desorden. Y creímos que, cerrando los ojos, contando hasta cinco, lo lograríamos. Ahora Lapido nos revela que, además, había que pronunciar ciertas palabras. Unas que jamás retuvo. Por suerte para nosotros –y para él- aprendió otro truco gracias al cual hizo posible un sueño, su sueño: la música, el rock, la electricidad. “Y no quise quedarme con las ganas de saber… en qué consiste el truco”.

Podría aportar miles de impresiones de cada una de las doce canciones (¿sin piedad?) que componen el disco. No acabaría nunca.

¿Y por qué Cartografía? Quien quiera saberlo, que escuche el disco. Y escuche detenidamente, concretamente, “Fuera del mundo real”. ¿Nos dará Lapido las coordenadas exactas para escapar?

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Cartografía salió a la calle el pasado 7 de Abril. Es el quinto trabajo de José Ignacio Lapido en solitario.
El próximo sábado 26 de Abril ofrecerá su primer concierto eléctrico de la gira promocional del disco en Pedreguer (Alicante). Tiene previstas más fechas de conciertos a lo largo y ancho de la geografía española. (Para más información: http://www.joseignaciolapido.com )

Reír de pena



En las situaciones menos esperadas uno se empieza a reír.

Estuve llorando toda la noche y amanecí con los párpados hinchados. Cerré tras de mí la puerta del ascensor y apoyada en la pared, agazapada en la oscuridad, podía notar mis músculos temblar entre sollozos. Dejé correr durante un buen rato las lágrimas por mis mejillas, resbalando por la cara, bañándome entera en desidia y confusión. Emití algunos gemidos ahogados, muy distintos a los de unos minutos antes y me dejé envolver por el extraño placer que produce la liberación del dolor contenido. Ya no quedaba ni un hueco para la esperanza.

No podía entender cómo había sucedido, todo había ido bien desde el principio. Llegué a su casa como muchas otras noches, me adentré en el aroma ya conocido y en la habitación a media luz. La noche transcurrió como siempre, salvo algunos matices.

- Déjame que te vea, estás preciosa.

Sus ojos tan desesperadamente oscuros no brillaban esta vez, se había atenuado la sinceridad de su mirada. Lo achaqué al cansancio y no me preocupé hasta cuando, unas horas después, comenzamos el ritual de vestirnos.
Hay algo triste en dos amantes que se visten. Es como un cristal que se rompe, una ilusión que se desvanece. Busqué mi ropa interior entre los pliegues del sofá y en el suelo, mis vaqueros reposaban en la mesita, junto a dos copas semivacías. Nos vestíamos en silencio y un frío inmenso se apoderó de la estancia.
Habíamos estado amándonos durante horas. Y se dicen y sienten tantas cosas en momentos así que, a la hora de vestirse, los amantes evitan mirarse a los ojos. Se ha parado la noria, nos hemos bajado, las cosas se ven muy distintas desde abajo, allá en el suelo.
Le dije que tenía que irme y no me retuvo con un beso, no pospuso mi marcha unos minutos más con un abrazo, ni un te quiero. Sí, efectivamente, había algo distinto en sus ojos que ya no me miraban al marchar, ni brillaban de ansiedad por saber cuándo se produciría el siguiente encuentro. Lo supe entonces y sigo teniendo esa certeza ahora, al notar como su ausencia se agarra a mi garganta y me la anuda, dejándome apenas respirar. Su tristeza, su insoportable tristeza, se pegó a mi cuerpo con besos y caricias antiguas.
Con la estéril resignación del que elige lo que no quiere, con la desesperanza de saber que no hay salida, me marché.

Al salir del ascensor y observar mi cara en el espejo, me di cuenta de que no soportaría volver a mirarme cada mañana. Sólo encontraría vacío. Y lloré hasta enrojecer, hasta empapar mi cara y dejar que las lágrimas se colaran, saladas y traviesas, por mi boca entreabierta en un gesto desesperado.
Esa desesperación del llanto fue dando paso, poco a poco, a una risa compulsiva y nerviosa, suave al principio, imparable y sincera después.

Apretada en un puño, escondida, me llevé su alianza. Era lo único que me quedaba.