19 enero 2006

Mapas

"Las líneas se cruzan y forman un mapa en tus manos,
no tengo brújula y no veo la luz de aquel faro..."

(Todo comienza a girar, 091. Letra y música de J.I.Lapido, 1993)



Tenía 16 años cuando me perdí por las calles de una zona residencial a las afueras de Dublín. Había salido por la mañana temprano, después de un desayuno a base de té con leche y galletas “digestive”. Revisé la bolsa donde llevaba el material necesario para las clases. Una libreta, varios bolis de colores y el almuerzo. Amanecí con los ojos hinchados. Pero los surcos que las lágrimas habían dejado en mis mejillas no tardaron en dar paso a una inmensa sensación de libertad. Pasé de la angustia al descanso absoluto en cuestión de horas. Estar tan lejos de casa, de mis padres, de las obligaciones diarias o de las mismas caras de siempre me producía, lejos de lo que había llegado a imaginar, un infinito sosiego. Samson me acompañó hasta la puerta, enredándose entre mis piernas hasta casi hacerme caer. Quería jugar y su hocico húmedo me rozó la palma de la mano produciéndome un reconfortante cosquilleo. Mi “mother” se despidió de mí agitando la mano, como en las novelas o en las películas antiguas.
En la parada del bus me esperaban otros alicantinos de mi edad, algunos algo más jóvenes, que se enfrentaban a su primer día en la “school”. Entre nosotros había un veterano. Nos contaba batallitas de años anteriores y lo mirábamos con admiración. Se sentía como Dios. Me senté con Raquel en el autobús. Seguramente fueron las circunstancias lo que nos unió de aquella manera, pero no consigo recordar una amistad tan fuerte e intensa como la de aquel mes. Me gusta recordarla con sus 14 años, siempre sonriente y henchida de inocencia, con una extrema timidez que no hacía más que acrecentar mi cariño hacia ella. Me regaló millones de risas, y billones de carcajadas. Alguna lágrima también. Hace tiempo que no sé de ella, la última vez que la ví fue por casualidad una noche en un restaurante del centro. Iba con su novio. Ahora solo somos dos desconocidas capaces únicamente de reconocerse al revivirnos en otro tiempo… y otro lugar.
El día en la escuela fue intenso. Nada más verle aparecer por la puerta lo pensé. Era él. Tuve todo un mes para lanzarme de lleno a un enamoramiento absurdo basado más en una admiración adolescente que en un vínculo emocional propiamente dicho. Creo que no guardo recuerdos tan vivos como los de aquel mes de Julio del 98. No fue solo mi “teacher”. Fue la primera despedida que lloré amargamente. La primera sensación de pérdida absoluta.
Con la angustia de la noche anterior completamente olvidada regresé a casa. Al llegar a la bifurcación que determinaba la dirección a tomar dudé varios minutos. No recordaba si debía seguir por la derecha o por la izquierda. Rebusqué en mi bolsa queriendo encontrar la solución. Pero había olvidado el mapa encima de la cama. Decidí que era por la izquierda. Sí, estaba segura, era por allí. Tras unos minutos andando por callejuelas anónimas, todas iguales, me di cuenta de que nada me resultaba familiar, de pronto, no lograba reconocer formas, árboles, fachadas, dobleces o esquinas. No recordaba aquella zona. Me había perdido. Sentí las lágrimas acudir a mis ojos, como si fuera una niña pequeña sola y desamparada. Y antes de que aparecieran por cualquier resquicio, les planté cara y decidí resolver la situación. Me engrandecí y me sorprendió comprobar que no resultaba tan difícil enfrentarse al problema. Recordaba el nombre de la calle y sólo me hizo falta preguntar a dos o tres personas que amablemente me indicaron por dónde debía seguir. Joanne abrió la puerta y me abrazó con fuerza al verme. Estaba preocupada por mi considerable retraso y ya se había abrigado para salir a buscarme. Lloré dos veces en Dublín, la primera noche y la última.
Además de inglés, aprendí que los mapas no son necesarios para encontrar el camino de regreso. Y que en el fondo no importa la dirección tomada porque de todos modos llegaremos, aunque no sea por el camino más corto o el más sencillo.

Volveré algún día.

O puede que no.



Raquel